Cada llamada de teléfono es una amenaza. Cada esquina de Lavapiés, una célula terrorista. Cada reloj, una cuenta atrás. Pero "24" no es sólo un ejercicio de retroalimentación paranoica: es uno de las experiencias audiovisuales más trepidantes de la Historia. Antonia y yo hemos pasado la semana en Tarragona, con sus padres. Paseábamos en barco, bebíamos cava y vino rosado y departíamos con su familia. Y todo era muy agradable y divertido, pero no tanto como "24". Alfredo y Maribel se marcharon el viernes a una boda así que aprovechamos para ver trece episodios. Al día siguiente mentimos. Dijimos que sólo habíamos podido ver ocho porque habíamos salido a PASEAR por la playa. Playa mis cojones.
En los márgenes de "24" me dejaron llevar el barco y un señor se mareó mientras su mujer se moría de risa en la proa. Después le llevaron al médico y tuvo un ataque de nervios y se echó a llorar y le pusieron un tranquilizante debajo de la lengua. Esto nos lo contaba la mujer durante la comida, mientras el hombre dormía.
El domingo cargamos el DVD y las maletas en el coche y olvidamos el bolso de Antonia en la acera, con nuestros móviles, con TODO. Cuando nos percatamos, después de ochenta kilómetros de carretera, se me ocurrió llamar a mi número. Contestó un pollo. Quedamos en Casa Pedro. "Llevaré una camiseta de camuflaje", dijo. Regresamos y nos topamos con SALVADOR. El paramilitar que había recogido el bolso del Antonia. Le invitamos a un par de whiskies y nos contó que era alcohólico y que vivía con su madre. Le dimos las gracias y le prometimos una caja de vino
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