Cuando llego borracho a casa de Antonia hago una cosa bastante repugnante: me tiro en el sofá y enciendo mi último cigarrillo. Cuando me despierto con resaca en casa de Antonia hago una cosa bastante repugnante: me siento en el sofá y enciendo mi primer cigarrillo.
Nacho viaja camino de Los Angeles. Tiene bastantes motivos para no querer morirse. Eso es. Ayer volvimos a comer con Tones en La Selva. Les conté aquel documental sobre experiencias post mortem que había visto hacía un par de semanas. Respetables miembros del mundo académico trataban de explicarse cómo era posible que todos aquellos desgraciados conservaran la conciencia cuando su actividad cerebral había cesado. Según una de las hipótesis la mente y el cerebro estaban SEPARADOS. La mente, decían, no se corresponde con la actividad neuronal sino con determinadas estructuras subatómicas del cerebro. Por eso, debido a una propiedad llamada coherencia cuántica, la mente SOBREVIVÍA a la ausencia de impulsos eléctricos.
"Ojalá", dijo Nacho.
"Sí...", dijo Tones.
"Esto NO ES pseudociencia", dije yo.
Ya ven, aferrándonos como cualquier idiota a la esperanza de la vida eterna.
Entretanto, César, Nahikari y Antonia hablaban de vestidos
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